Flor de rúcula |
Una vez completamente establecidas, las plantas crecen a buen ritmo y sacan hojas cada vez más grandes. A pesar de que las semillas se venden con la intención de obtener plantas de valor alimentario, las planté por mera curiosidad dado que no compensa mantenerlas para aprovecharlas a menos que plante una gran cantidad, cosa que requeriría un espacio del que no dispongo; además, por poco dinero podemos comprar una bolsa de hojas frescas en cualquier supermercado.
Es más, podría añadir que personalmente no es una planta a la que pueda considerar una delicatessen. Su sabor es curioso, tiene un ligero amargor y recuerda vagamente a las nueces, pero lo encuentro algo denso. Una ensalada con unas pocas hojas vale, pero echando más de la cuenta la intensidad del sabor se me hace pesada. Nunca más la he vuelto a usar suelta, me vale la cantidad que viene en los preparados de ensalada mixtos, junto a la espinaca, la col lombarda y la escarola.
Las plantas dejaron de crecer a ese ritmo al final del verano, entre el calor, la sequedad y el hecho que aproveché para sacarlas de la maceta donde estaban, donde apenas ocupaban sitio, para reaprovecharla. Durante el otoño-invierno han tenido un crecimiento discreto pero pronto empezó a evidenciarse un crecimiento vertical desde el centro de la roseta que apuntaba a lo que sería el tallo con flores.
Efectivamente, esta semana han comenzado a abrirse las primeras flores en el extremo de dichos tallos. Éstas no tienen un aspecto demasiado decorativo, aunque personalmente las encuentro llamativas. Tienen cuatro pétalos que se asemejan a las aspas de un molino, de color blanco amarillento, con finas nervaduras de color púrpura. Podemos entender, viendo estas flores, por qué la familia era conocida anteriormente como crucíferas: las flores tienen forma de cruz en todos los miembros de la familia. Actualmente se las denomina brasicáceas, tomando como género tipo a Brassica, al que pertenecen multitud de especies que nos resultarán familiares; no en vano, muchas crucíferas tienen un lugar en nuestra cocina: la col (y sus múltiples variedades como la coliflor, el brécol, la col de Bruselas o el colinabo), el rábano, la mostaza, el nabo (y sus hojas, los grelos) o la colza, o algunas menos comunes en nuestra región como la col china o pak choi (en realidad, una subespecie del nabo) o el wasabi japonés.
Es posible que estas dos plantas vivan poco después de florecer y fructificar, pues son anuales. No obstante, en otoño sembré una nueva maceta y hay varias plantas en crecimiento. Hice lo mismo con unos pocos rábanos de unas semillas que hace al menos cinco años que tengo y que suelen germinar todavía con bastante facilidad. En otoño de 2011 sembré unos pocos y dieron un resultado decente, y desenterré algunos cuando tenían un tamaño aceptable para probar a alimentar a las ardillas con ellos, pero no les gustaron. Los que quedaron en maceta los dejé y florecieron en abril del año pasado, deteriorándose poco después.
Está claro que por las pretensiones de la terraza, dedicada principalmente a albergar mi pasión por el coleccionismo de flora ornamental, tienen poca cabida las hortalizas y aromáticas destinadas a producir en cantidades suficientes como para, al menos, poder darles un uso en la cocina. Sin embargo, nunca está de más experimentar con unos pocos ejemplares de estas plantas que pueden desarrollarse de manera estupenda sin ocupar apenas sitio ni requerir demasiadas atenciones.
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