Lupino superviviente |
La maceta con varios ejemplares continuó sus andanzas a finales de junio e incluso el ejemplar central, el más grande, empezó a sacar un intento de espiga floral que se secó sin sobrepasar el punto de brote de la planta. Posteriormente, todos los lupinos de esta maceta comenzaron a perder hojas, algo que achaqué a la estación veraniega. Pero en estas siete semanas transcurridas, la pérdida masiva de hojas se volvió común a todos los ejemplares y para finales de julio ya no quedaba ni uno verde. Hoy he ido tirando de los salientes de los rizomas y éstos, todos ellos, están muertos. Después de casi once meses de cuidados, el experimento ha fracasado.
Pero no está todo perdido. Ya comenté que hice una segunda prueba, casi sin darle importancia, y sembré otra vez unas pocas semillas a finales de invierno. El resultado fue que una de las macetas prosperó y ha tenido, y sigue teniendo, lupinos creciendo al principio más rápido que sus parientes -se pusieron a la par en tamaño en apenas 2 meses- y que posteriormente, y tras malograrse algunos ejemplares, han ralentizado su ritmo pero siguen verdes. Y cuando digo verdes no sólo me refiero a que tienen crecimiento nuevo y hojas sanas, sino que tampoco han presentado nunca el problema de amarilleo que afectaba a los otros.
¿Conclusión? Bueno, no es ningún secreto que a los lupinos de Russell no les gusta el calor, pero entran en juego otros factores. ¿Por qué, entonces, sí han sobrevivido los que sembré más tarde? Y no sólo sobrevivir, sino que han aguantado estoicamente varios golpes de calor, días de poniente y alguna que otra demora en el riego... y todo ello nada menos que en la zona de mayor exposición solar de la terraza. El secreto quizá esté en el sustrato, un punto que no tuve muy en cuenta y podría ser la clave.
Por lo que veo en la maceta, con ese montón de piedrecitas de perlita sucias, seguramente rellené ésta con restos de turba rubia y perlita que tenía en casa. Este sustrato es muy orgánico (está compuesto mayoritariamente de musgo de esfagno), ácido y suelto, y junto con la perlita retiene la humedad pero sin aprisionar y ahogar a las raíces. Además, la maceta es bastante alta, unos 20 cm., con espacio de sobra para las raíces. En la maceta larga donde tuve a los otros, en cambio, usé sustrato del que llevo años utilizando, con mucha arena mezclada. En invierno, como se riega poco y la tierra casi siempre está humeda, veía la capa superficial oscura y no me preocupaba. Pero, eso sí, había que echar quelato de hierro cada poco porque las plantas amarilleaban.
Con el aumento de las temperaturas y el constante remover de la tierra al regar, la capa superior del sustrato fue revelando que contenía un montón de arena, y cada vez que se secaba de más tomaba un aspecto reseco y apelmazado, falto de materia orgánica y soltura. Así pues, y a falta de ver si el lupino superviviente consigue llegar a la tregua del otoño-invierno, llego a la conclusión de que la planta es capaz de tolerar el calor siempre y cuando se desarrolle aquí desde su germinación y si tiene una mezcla adecuada donde enraizar.
Para el próximo año, la idea era probar a dejar crecer alguno en el contenedor, donde el sustrato está algo más equilibrado -hay sustrato universal, una pizca de arena, turba rubia, perlita y montones de raíces muertas compostándose en el subsuelo- y además tiene buena profundidad, a lo que hay que sumar que pienso añadir una capa superficial de humus tan pronto como empiece la época de lluvias para asegurar una cama esponjosa y húmeda a las plántulas en sus primeras etapas. Pero, por si acaso, repetiré una maceta exclusiva de lupinos, con una mezcla similar a la que me ha ido bien, para probar suerte de nuevo. El objetivo, por supuesto, que en 2014 los estandartes cargados de flores de esta bella leguminosa vuelvan a lucir en la terraza.
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