domingo, 26 de febrero de 2017

Abejas de patas peludas

Macho de Anthophora plumipes descansando
La Anthophora plumipes es, aparte de las siempre presentes Apis mellifera, la abeja que más temprano comienza a visitar la terraza tan pronto como ésta se llena de flores. Si bien este año hubo una visita inusual de una hembra en la primera mitad de enero, lo habitual es que sean los nerviosos machos los primeros en emerger. No sólo en esta especie, sino en todas las abejas solitarias, puesto que su principal tarea consiste en patrullar una y otra vez los lugares florecientes para tratar de sacar ventaja frente a otros machos rivales en pos de encontrar a hembras con las que reproducirse. Ellos vivirán algo más de tiempo, pero no deja de ser una vida breve que va ligada al ciclo del clima y las plantas en flor.

Hace sólo dos años, o tres temporadas si se cuenta por estaciones, que me percaté de la presencia de esta especie. El primer año era incapaz de conseguir una imagen nítida puesto que, al parecer, sólo venían los machos, que rara vez se detienen, siendo incluso muy escuetos a la hora de beber néctar. Su vuelo poderoso y directo les lleva a recorrer, de manera repetitiva, una ruta alrededor de todos los puntos de flores de la terraza. Si bien es una especie de coloración variable, los machos de esta región se diferencian por su tonalidad grisácea. Lo que confirma su sexo son los parches desnudos de su cara de color blanco-amarillento y la pelusa rala de sus patas traseras. Las hembras tienen la cara negra y las patas traseras con una densa cubierta de pelos dorados en los que pegan el polen que recogen. Además, su librea general incluye tonalidades pardas y oscuras que faltan en los machos.

Esta especie cría en paredes de tierra consistente, donde excavan túneles que servirán de nido. El año pasado conseguí ver nidos de esta especie en Alzira, debajo de una gran roca que se sustentaba sobre un terraplén arcilloso, en el cual habían excavados multitud de agujeros. La especie no forma colmenas, pero varias hembras suelen criar cerca si el medio es el adecuado: esto ocurre con varias especies de abejas solitarias. Desconozco de dónde vendrán las que acuden a la terraza, que vuelven más frecuentes sus visitas en cuanto descubren que existen flores de su agrado. En un radio de medio kilómetro a la redonda, una minucia para recorrer volando si se es una de estas abejas, hay suficientes zonas de campo y monte para criar.

En la terraza se han aficionado a las plantas con nectarios tubulares y a ser posible que permitan un acceso y retirada sencillos para su lengua. Visitan a varias de las linarias y a la ocasional Misopates, pero no a los antirrinos, que requieren de una visita más prolongada abriendo la corola y entrando en ella. Las salvias, borrajas y Cerinthe también forman parte de su recorrido. Este año las dos últimas no han florecido en febrero, aunque están cerca de hacerlo en las próximas semanas. A la Lavandula dentata han dejado de prestarle atención, pero en cambio he descubierto que se detienen a recolectar el polen de los estambres de los Iris germanica.

El macho de la foto tuvo un comportamiento un tanto excepcional. Suelen detenerse a descansar de vez en cuando, pero se marchan en cuanto entramos en su campo visual. Este en concreto estuvo tanto rato posado que me dio tiempo de sobra a acercarme y enfocar lo mejor posible. Las hembras, por su parte, llegan a ser más fáciles de fotografiar o grabar una vez se las encuentra enfrascadas en alguna planta que les proporcione alimento. Este año han aparecido prácticamente a la vez que en el anterior, pero han tenido que encontrarse con una menor variedad de especies de su agrado, limitándose a las Linaria maroccana que, eso sí, han florecido en distintos puntos.

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