viernes, 18 de marzo de 2016

Llamando a las abejas

Rhodanthidium sticticum en Phacelia viscida
Con una terraza en flor que desde finales de febrero parecía que fuese un mes por delante respecto a temporadas anteriores, la entomofauna llega a la ciudad de Cullera desde, posiblemente, los muy cercanos campos baldíos que bordean el casco urbano por oeste y sur -y parte del este, antes de llegar al mar- y el monte bajo de la Serra de les Raboses que hace de límite norte. Por supuesto, también hay especies que aprovechan los asentamientos humanos para establecer su hogar o el de su descendecia. A pesar de existir una variedad amplia de insectos en la zona, hay especies más proclives a introducirse en la ciudad y encontrar lo que quieren. Por ejemplo, las mariposas no escasean en el campo y monte, pero cuestan bastante de ver dentro del casco urbano con la salvedad de las Macroglossum, las Pieris o las Leptothes. Las demás, no sé muy bien por qué, no suelen hacer mención de detenerse a buscar comida en la terraza aún cuando las observo a escondidas para intentar no asustarlas. Este mes, por ejemplo, he observado Vanessa atalanta y Papilio machaon pasar fugazmente por la terraza apenas unos segundos; no obstante, la segunda especie llegó a poner huevos en los eneldos el año pasado.

Andrena sp.
Los himenópteros son sin duda los más dados a visitar reiteradamente la terraza. Les siguen de cerca los dípteros, las moscas y mosquitos: los segundos llegan a poner huevos en las cubetas de agua que pasan días llenas en otoño, mientras que de las primeras se observa una gran variedad que abarca varias familias, muchas de ellas estando sólo de paso -hay especies que nunca he vuelto a ver tras la primera vez- pero otras sabiendo bien a lo que vienen: los sírfidos a por flores, y otras tantas especies a por el compost de materia vegetal en descomposición. Incluso las moscas cuyas larvas son necrófagas, como Calliphora vicina (uno de los insectos más comunes de la terraza, si no el que más) vienen a disfrutar del sabor de las flores. Entre los himenópteros, y quitando las hormigas que se presentan intermitentemente -el año pasado eligieron un mal sitio para instalarse: el contenedor- es común encontrarse varias especies abejas, avispas e icneumónidos: las primeras son las que más motivos tienen, pues se alimentan exclusivamente de néctar y polen ellas y sus larvas; las demás son todavía más variadas y apenas he conseguido identificar unas pocas especies, y con la mayoría ni siquiera lo intento debido a que son tan pequeñas que costaría hacer una foto decente. Las avispas más grandes suelen ser omnívoras, aunque muchas de las especies que también visitan la terraza son cazadoras de orugas que utilizan para dar de comer a su prole, lo que las convierte indirectamente en beneficiosas.

Osmia sp.
Hoy volveremos a hablar de abejas, como en la entrada escrita a finales de febrero sobre las primeras que comenzaron a visitar las flores y, nuevamente, dejando fuera a la abeja común no por omisión, sino porque poco más se puede decir de ella. Es la especie más abundante, la más incansable y la más polifacética al ser capaz de investigar todas las flores posibles nada más éstas empiezan a diversificarse. Tremendamente adaptada, pocas flores hay a las que no pueda acceder y sacar provecho, utilizando su lengua y acumulando el polen en las corbículas, el órgano especial de las tibias de sus patas traseras. Tienen por supuesto sus plantas favoritas, pero tan pronto como descubren otras candidatas a su alrededor les empiezan a dedicar tiempo. Así pues, vale la pena ubicar plantas muy llamativas para ellas, como las boragináceas, girasoles y caléndulas o muscaris, entre otras, para conseguir una atracción mutua que permita que las abejas encuentren comida variada y las flores se beneficien de su valiosa ayuda en la polinización.

Anthophora plumipes 
Comenzamos hablando de nuevo de la que se ha convertido en la abeja protagonista de esta temporada: Anthophora plumipes. Después de los frustrantes intentos de fotografiarla durante 2015, la temporada actual está resultando más satisfactoria con esta especie, ahora más accesible y dejándose conocer mejor. Desde finales de febrero volvieron a aparecer por la terraza, pero esta vez, por lo poco que puedo recordar para comparar con la temporada anterior, parece ser que las primeras en venir fueron las hembras. Éstas, seguramente pensando en su maternidad, son mucho más minuciosas que los machos a la hora de recoger comida. Se detienen en las flores, indagan -aunque nunca dedicarán más que unos segundos- e incluso conocen trucos como el producir una frecuencia determinada en las flores de boragináceas para obtener polen: de hecho, sólo con escuchar este zumbido que cambia de grave a agudo me doy cuenta de que hay una de ellas libando. A pesar de que no pude captar este curioso comportamiento, sí obtuve unas tomas en las que se observa a una hembra de esta especie visitando meticulosamente a las Cerinthe major:



Los machos, por su parte, son bólidos casi imposibles de captar. Lo más gracioso de todo es que en la mayoría de las escasas ocasiones en que se detienen un segundo más de la cuenta, lo hacen cuando no tengo la cámara conmigo. Grabarlos en vídeo resultaría complicado por sus vaivenes, pero de vez en cuando se dejan captar en alguna foto. Tan sólo pierden unas décimas de segundo cuando, en las linarias, tienen que posarse para abrir los lóbulos y llegar al centro de la flor. Siendo una especie variable, en nuestra región parece ser que el patrón más común es el de color marrón oscuro con bandas más claras en el abdomen, pelos castaños en el tórax y anaranjados en las corbículas para las hembras, con los machos de color grisáceo y la distintiva marca clara en su cara, que en la hembra es totalmente negra. Estas abejas tienen una buena razón para su nervioso vuelo, y es que producen su propio calor a base de precalentar con los músculos de las alas. Debido a esto y a su tamaño voluminoso, necesitan tal cantidad de energía que apenas tienen tiempo para detenerse. Los machos dan pasadas veloces acudiendo siempre a los puntos donde saben que hay flores nutritivas y, de vez en cuando, persiguen a las hembras que se cruzan en su camino.

Halictus scabiosae
Dejando a un lado las abejas apinas, pero sin salir de Apoidea, encontramos en la terraza a un visitante recurrente: Halictus scabiosae. Esta especie tiene un tamaño variable, ligeramente inferior a una abeja común, y recoge polen con las escopas, vellosidades adaptadas. que tiene en sus patas. Desde el año pasado las veo visitar frecuentemente a las compuestas de grandes capìtulos, sean caléndulas, crisantemos tricolores o cosmos. Bastante más tranquilas, se posan en las flores y van moviéndose sobre ellas para recoger polen a la vez que liban néctar. Su distintiva coloración, con el tórax amarillento con bandas oscuras, hace fácil diferenciarlas de un vistazo de otras abejas. Por otro lado, recientemente he detectado la presencia de una Andrena, género muy numeroso y con especies muy similares y variables, con lo que la identificación completa queda en el limbo. Se trata de un ejemplar que de un vistazo rápido podría pasar por abeja común, pero la ausencia de corbículas es lo primero que llama la atención: en una observación más detallada descubrimos un abdomen menos voluminoso que el de las abejas de la miel, con un par de bandas rojizas, y una cabeza de aspecto visiblemente distinto al de aquéllas. Es, sin embargo, una de las abejas más tranquilas que me he encontrado y hacerle fotos sin que se sintiese molestada fue tremendamente sencillo.

Rhodanthidium sticticum
La familia Megachilidae, la de las abejas cortadoras de hojas, tiene también una representación importante en la terraza, siendo hasta el momento una de las que más especies distintas he observado, más las que puedan habérseme pasado por falta de material gráfico. En febrero ya comenzaron a llegar las Osmia, hembras todas ellas y que he visto de momento en pocas ocasiones, y durante esta primera quincena de marzo han sido particularmente frecuentes unos ejemplares del mismo género aunque machos en esta ocasión. Al igual que en la anteriormente mencionada Andrena, su variabilidad y diversidad hacen difícil llegar hasta el nivel de especie. Menudas y nerviosas, estas abejillas de color marrón y largas antenas muestran también preferencia por los capítulos en forma de margarita de las compuestas, dando una vuelta sobre todo el conjunto de flósculos y saliendo volando inmediatamente, realizado vuelos erráticos por todas las plantas y volviéndose a detener cuando encuentran algo de su agrado.

Anthophora plumipes 
También ya en esta primera quincena se ha dejado ver un megaquílido conocido, más grande que el anterior y más llamativo: la abeja roja Rhodanthidium sticticum. Especie que conocía ya de los prados costeros de Cullera, donde suele frecuentar las matas de Echium sabulicolum, resultó curioso el observarla mientras recogía polen con cautela: primero lo hizo en varias pasadas sobre las Dorotheanthus bellidiformis, con escasos segundos sobre cada flor, pero fue descubrir la Phacelia viscida y su atención sobre la flor aumentó el tiempo de permanencia, lo que me permitió hacer fotos más afinadas. En esta familia las escopas se encuentran debajo del abdomen, lo que hace más ineficientes a los insectos para la recogida de polen, pero el continuo desprendimiento de éste hace que la polinización sea más efectiva cada vez que se posan en una flor. Es el año que más pronto veo a esta abeja, que solía aparecer en abril; falta por ver a su pariente similar de mayor tamaño y color amarillo, Anthidium florentinum, cuya última cita en la terraza fue el pasado verano junto a una muy florida Pentas lanceolata, que paradójicamente ahora tiene pocas flores y casi ninguna visita.

A falta de venir la primavera y traer consigo más especies, el efecto llamada de las flores agrupadas en masa está dando grandes resultados con las abejas. El equilibrio entre plantas y sus polinizadores es, además de beneficioso para ambos, un espectáculo siempre maravilloso. Con las flores que quedan por abrirse y el previsible aumento de temperaturas que pueda haber durante las próximas semanas, el ir y venir de estos estupendos insectos será algo a tener en cuenta para seguir conociendo la fauna autóctona y anotar cuáles son las flores que más les gustan para futuras temporadas.

1 comentario :

  1. Muy interesante, me ha gustado mucho tu entrada, ya que, por lo que veo, a mi patio también vienen insectos parecidos. La Rhodanthidium siempre me ha recordado a una Anthidium florentinum que ha pasado frío. En mi patio he puesto muchísimas plantas nuevas, casi todas de semillas, con abundante néctar y polen, para ver quiénes las visitan.
    Un saludo.

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