lunes, 18 de abril de 2016

Gilia capitata, un cúmulo de florecillas

Gilia capitata
Me he aficionado estos últimos años a las mezclas de semillas. Son baratas y las encuentro en los supermercados de origen alemán que tenemos en España -los LIDL y los ALDI- en los cuales uno se beneficia enormemente de esa cultura europea del jardín que tanto flojea en nuestras tiendas más allá de los accesorios y mobiliario. Cada primavera, ambas tiendas suelen sacar a la venta, entre otros formatos, pequeñas cajas o botes con un contenido de 100 gr. de semillas variadas. Uno al principio no sabe por dónde empezar, pero lo cierto es que el número de especies tiene una limitación asumible y acabamos por reconocer a la mayoría de semillas a simple vista, que siempre suelen ser especies tradicionalmente cultivadas en jardines de clima templado de todo el mundo.

No todas las semillas se distinguen fácil. Las muy, muy pequeñas tienen que tener algo que destaque. Las de amapola, por ejemplo, tienen forma de riñón, y las de amaranto son esféricas y brillantes. En cambio, sería imposible diferenciar entre semillas de linarias. No obstante, con el tiempo uno puede afinar y obtener lo que quería sin tener que comprar algunas especies por separado y gastar más dinero. Y ahí es donde comienza la experiencia con la planta que protagoniza la entrada.

Gilia capitata es, como su pariente Gilia tricolor, una anual norteamericana muy popular. La venden prácticamente todas las tiendas de semillas europeas y estadounidenses y es tan fácil de cultivar como su congénere. En las mezclas de semillas que he ido adquiriendo se afirma que va incluida, aunque a veces erróneamente catalogada como Gilia leptantha, error cuyo origen desconozco ya que incluso al buscar este nombre en Google encontramos fotos de Gilia capitata; la verdadera leptantha tiene, en realidad, flores individuales y rosadas y no los cúmulos de flores azuladas de la otra.

Dos cabezuelas muy juntas
En 2015 ya intenté separar alguna semilla de Gilia capitata de estas mezclas. Lo hice sólo basándome en que sería una semilla pequeña de silueta triangular y textura rugosa. No acerté en absoluto dado que la planta que salió de aquel primer intento fue una Clarkia unguiculata, que agradecí igualmente. Esta especie, curiosamente, la he vuelto a sacar este año separando a ojo semillas de una mezcla, a riesgo de confundirlas con las de Clarkia amoena, bastante parecidas aunque algo mayores. Para asegurarme que separaba bien las de Gilia capitata, volví a mirar bien las fotos que encontré en internet y su parecido con las de Gilia tricolor, de las cuales guardo semillas bien separadas. En lo único que se parecen es en el color dorado y la textura rugosa, pero en Gilia capitata las semillas son ovaladas, con un extremo ocasionalmente puntiagudo, mientras que las de Gilia tricolor son algo menores y tienen en su mayoria un aspecto reniforme, con la curvatura más o menos cerrada. Esta vez acerté y ya con las primeras hojas verdaderas, allá por octubre, verifiqué que estaba cultivando a las capitata.

Luego ha habido que tener paciencia. Las Gilia tricolor no han parado de florecer desde febrero, pero las capitata todavía empiezan a abrir flores ahora, a mediados de abril. La cabezuela que sostiene las flores comienza a desarrollarse pronto y ve pasar las semanas casi invariable hasta que abre la primera florecilla. La espera vale la pena, pues las plantas se cubren rápidamente de flores. Éstas tienen una forma muy ligeramente similar a las de su pariente, con estambres sobresalientes y pétalos de un sólo tono, un color azulado similar al de los linos aunque más cerca del azul. Las agrupaciones casi esféricas de flores suponen un reclamo para los insectos, que las han descubierto enseguida y están sacándoles provecho. Espero que esto se traduzca en una buena producción de semillas y no haya que andar más con la lupa y las pinzas separando a ojo las de esta planta tan vistosa. Una futura imprescindible en la terraza, sin duda.

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